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domingo, 19 de marzo de 2017

Los terribles dos años


Los terribles dos años






A veces los niños sufren cambios que parecen bruscos. A los dos años hay cosas llamativas en la conducta.
Recuerdo que refiriéndose a la pubertad mi padre decía en muchas ocasiones: “de pequeños estaban para comérselos, y de grandes, que pena de no habérselos comido.”

Pero eso es algo que muchos padres piensan mucho antes: Algunos lo llaman los “terribles dos años” o la “crisis de los dos años”. Se puede resumir en una palabra: “No.”

Vamos a intentar entenderlo, porque sólo entendiéndolo se dota uno del arma más necesaria en esa situación: La “santa paciencia”.

El desarrollo de los niños no es lineal, y además cada niño tiene sus variantes. Pero en torno a los dos años es frecuente que los padres noten algunos cambios significativos en la conducta de su hijo. Es la etapa de las rabietas, de llevar la contraria a todo, suelen ser más frecuentes las pesadillas, los miedos y los terrores nocturnos. En resumen, que cuando parecía que íbamos tomándole el tranquillo a esto de criar niños se nos desmonta todo.




Encima es para muchos niños su primera invierno de escolarización, y algunos no paran de pillar infecciones. Otros empiezan a seleccionar la dieta y a no querer comer alimentos que hasta entonces aceptaban bien.

Vamos a añadirle que llegamos a un nivel de razonamiento y de lenguaje que le permite escoger y expresar sus elecciones, pero aún de forma imperfecta (lo que le genera frustración si no es entendido).

Suele juntarse con todo esto que parece que toca quitar el pañal y el chupe (si lo tenían). Y que en muchos de los que siguen con el pecho empieza el destete (evidentemente se puede seguir por encima de esta edad).

Si a todo este panorama le sumamos un hermanito recién nacido (los dos años son la cadencia más habitual entre hermanos) la tenemos pero bien liada.

¿Cuál es la clave del problema? Autonomía.
Voy a intentar explicarlo: Al principio los padres solemos agobiarnos porque los niños son seres totalmente indefensos. Dependen para todo de nuestro cuidado. No es raro que eso suponga para muchos padres la mayor responsabilidad que se ha asumido en la vida.

Pero va pasando el tiempo, vamos conociendo a nuestro hijo y empezamos a entender sus necesidades, cómo nos las expresa y cómo cubrirlas. Incluso empezamos a entender que tenemos cierto margen de maniobra y que podemos escoger entre formas difrentes de suplir sus necesidades.




Cuando esto ocurre, empezamos a tener la sensación de que dominamos la situación y que hasta podemos escoger la forma de hacer las cosas que mejor se amolda a nuestras preferencias.

Pero entonces, de repente, el niño adquiere la capacidad de hacer cosas de forma autónoma, o de no hacerlas… Y eso es nuevo. De repente, perdemos la capacidad de planificar mínimamente, porque él empieza a tener iniciativa de temas que antes ni se planteaba (lo que quiere hacer en este momento y lo que no, o sus preferencias, escoge ropa, comida, juegos, juguetes, compañía…), y además empieza a expresarlo de forma clara.

Se está definiendo su personalidad. Y eso quiere decir que disfruta escogiendo las opciones que más le gusta, y al mismo tiempo, que le disgusta tremendamente que no se respeten esas elecciones.

Como decía al principio aparecen:
– El no. Es decir, la capacidad de escoger no hacer lo que hemos planeado nosotros y le incluye.

– La rabieta. Es su forma de expresar la frustración cuando no consigue que los demás se sumen a su elección.

– La agresividad. Es una forma de rabieta que se expresa con violencia porque su capacidad de hacer daño es ahora mayor. Al principio no interpretan que hacen daño. Poco a poco lo identifican y ante eso hay niños que abandonan la violencia y otros que la intensifican. Depende mucho del vínculo afectivo, de los ejemplos que tiene en su entorno, y por supuesto de la propia personalidad del niño.

La clave general es entender que esto es uno de los procesos de cambio necesarios para su desarrollo. En el futuro esperamos que sea cada vez más autónomo.

Lo que recomiendo a los padres es que ante cualquier elección del niño que no se amolda a nuestra idea inicial valoremos:
– Lo que ha escogido el niño es una alternativa aceptable: Cede. Refuerzas su autoestima y le muestras que eres flexible cuando puedes serlo.

– Lo que ha escogido podría aceptarse pero en este momento prefieres no hacerlo: Valora si ante una conducta de presión por parte del niño vas a ceder. Si es así, no esperes a que haga una conducta que no deseas (como la rabieta) para ceder tras ella.

– Es claramente una opción no aceptable: Pues toca aguantar, a pesar de la rabieta. Y tras ella con cariño, con paciencia, explicar porqué no es posible y que usando ese medio no va a conseguir las cosas.

Lo desesperante de todo esto, es que incluso haciéndolo bien, los resultados no son nunca inmediatos. Pero en eso consiste la educación y por eso es tan difícil ser buenos padres



Fuente: pediatra Jesús Garrido Garcia

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